Según Wikipedia: la sobremesa es un periodo de relax y asueto, que
en algunos países suele ocurrir
inmediatamente tras la comida (en particular, el almuerzo) Es un periodo de tiempo en el que, debido a
la digestión, se evitan esfuerzos físicos, permitiendo que los
comensales se impliquen generalmente en una tertulia, abarcando diversos temas (charlas de
sobremesa). Tomo este concepto por considerarlo “abarcador”.
Partiendo de lo expuesto, tenemos claro que todos hemos participado en
una “sobremesa”, desde siempre, incluso sin saber que dicho lapso de tiempo
tenía nominación y espacio en el diccionario de la RAE. Yo agregaría que la
sobremesa podría ser también aquel espacio corto, cortísimo de tiempo en que
nos encontramos en la calle (“sobrecalle” no suena nada bien) o algún sitio
particular (“sobremall”, “sobreshopping”,también suenan pésimo) con algún conocido
o conocida, y, adicional al rápido intercambio de “holas”, “cómo estás” y “todo
bien”, comentamos superficialmente algún tema que bien podría ser una banalidad
como también alguna ligereza sobre un tema con mayor relevancia. El encanto de
la sobremesa residía justamente en su concisión, en su brevedad. Uno no hacía
y, de hecho no hace, sobremesas de horas. Se trata de un instante, unos pocos
minutos. Había quienes contaban un chiste deportivo o político, quienes
“chismeaban” sobre aventuras extramaritales de vecinos y vecinas, así como
quienes aprovechaban para relatar al interlocutor, con ademanes apropiados, la
rabia que les ocasionaba la actitud de la pareja, las depresiones sentimentales,
las deudas contraídas, etc. Es justo decir así mismo, que la sobremesa era un
espacio que otorgaba todas las facilidades para que un interlocutor haga mofa
de las creencias y aficiones de quien oía, del mismo modo, con frecuencia,
alguno quedaba “herido” en el intercambio por la opinión del otro, pero en fin,
todo se olvidaba y para la próxima sobremesa, se empezaba desde cero.
Los tiempos que corren, expertos en cambiarlo todo, nos han modificado
también la sobremesa, no tanto en cuanto al contenido, ni a la forma; sino a la
duración. Por ello el anterior párrafo fue escrito en pasado. Actualmente, con
los grupos de whatsapp que se reproducen por doquier y por cualquier motivo, así
como la dependencia cada vez mayor de Facebook (omnipresente en nuestras vidas
y, desde que te da la opción de dejar tu cuenta a alguien “por si te ocurre
algo”, hasta en nuestras muertes); la sobremesa, ese espacio corto que teníamos
para molestar, decir cosas que con seguridad no diríamos en espacios en que
tenemos que conducirnos con seriedad; se ha vuelto un elemento permanente en
nuestras vidas. Un anglófono diría 24/7. No es nada raro, al contrario es lo
más normal y corriente en cualquier día que, al entrar a Facebook, nos
enteremos de lo molesta y herida que se siente una de nuestras amigas porque la
pareja la “dejó por otra”; esto no obsta que sea el caso análogo a la inversa,
con uno de nuestros amigos haciéndonos conocer de su depresión y sus “ganas de
morir”. Así mismo, los memes (que definitivamente están dejando atrás a la
caricatura como elemento de humor gráfico dominante) sobre multitud de temas
aparecen incesantemente en nuestros timelines
y –aunque resulte odioso- luego (o antes también) aparecen en nuestros grupos
de whatsapp (no en uno, en todos). ¿Y qué con ello? A decir verdad, los memes
nos causan muchísima hilaridad, hay algunos de tal calidad, que garantizan
carcajadas. Lo mismo ocurre con las historias y las confesiones de nuestros
amigos y amigas. Entonces es cuando aparece el pero. La sobremesa que hemos construido en redes sociales no tiene
fin, no termina como antes, cuando nos despedíamos de la persona con la que
habíamos charlado, a veces amenamente, a veces con algo de molestia por lo
punzante que nos parecía su opinión sobre aquello en que creíamos o con lo que
simpatizábamos. Pero en cambio, el estado de ánimo de los seres humanos (las
dopaminas, endorfinas y muchas cosas terminadas en “ina” son las culpables) es
maleable y volátil, es dinámico, cambia. Y suele ocurrir que cuando uno se
halla con una alegría visible a un kilómetro, debido a la victoria del equipo
que uno sigue en el encuentro clásico contra el rival que se odia, o porque el
candidato político por el que uno votará está liderando la encuesta de intención
de voto, otro está incómodo o triste por el mismo motivo, pero a la inversa
(esto de antagonizarnos está presente en todo). También puede pasar que más de
uno estén en el mismo mood y eso lo
arregla todo, nos parece genial y disfrutamos al máximo nuestra experiencia de
interacción online, quisiéramos que la sobremesa virtual no termine nunca, más ocurre
que las sustancias químicas mencionadas up
supra nos lo impiden. Entonces, la misma persona que hace unas horas nos
compartió un meme o una publicación que juzgábamos increíble, nos empieza a
caer un poco mal por tediosa, repetitiva o enfermiza con los temas que
comparte. Es posible que luego unos cuantos memes, terminemos saliéndonos del
grupo de whatsapp, o eliminándolo o bloqueándolo de nuestra lista de amigos en
Facebook. Lo que era una amistad bonita, se ve truncada porque la sobremesa no
terminó jamás. Frecuente es el caso de alguien que es en extremo apasionado por
un tema y de alguien que siente total apatía por esa materia, de este
cortocircuito amistoso sobreviene la indiferencia e incluso, la enemistad.
Las redes sociales, apoyadas más que todo en el teléfono móvil, han
convertido nuestra vida en una sobremesa sin fin. Al no tener límite, es
probable que nos saquen de quicio. ¿Podemos hacer algo para evitar ser
molestados por este signo inequívoco de posmodernismo? Quien escribe esta
entrada no lo sabe, así que seguirá de sobremesa en el mòvil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario