jueves, 15 de junio de 2023

De utopías contemporáneas e ingratas realidades

“Ser o no ser, esa es la cuestión” Hamlet: III acto, escena 1.

William Shakespeare

 Cuando el bardo inglés nacido en Stratford-upon-Avon, pone en boca del príncipe de Dinamarca esas líneas que dan inicio a su genial monólogo, da pie a una de las cuestiones fundamentales de la humanidad. Varios elementos esenciales de la existencia giran en torno a aquella (en apariencia simple) pregunta. La Historia da cuenta de muchos personajes que han decidido (otras veces no han decidido, sino que la conjugación de circunstancias los han obligado a) ir más allá de la mera enunciación de ideas y han tratado de dar existencia material a sus pensamientos.

Giorgio Rosa fue un ingeniero italiano que en la década de los 60 del siglo XX acometió (desconocemos si motivado por el Quijote, por Tomás Moro o por las solventes directrices que da Borges en Tlön, Uqbar, Orbius Tertius) la empresa de crear su propio mundo: A saber, una isla, constituida por una meseta de concreto asentada sobre pilares de  acero que estaban incrustados en el lecho marino, a la manera de las plataformas de extracción petrolera, ubicada fuera del área de mar territorial italiano, en la costa de Rímini. De la fugaz existencia (o no) de este micro estado, Sydney Sibilia, un director de cine salernitano nos cuenta las incidencias en un formato no exento de licencias pero que resulta lúdico y pedagógico, a través de la película L'incredibile storia dell'Isola delle Rose, producida por Netflix y disponible en dicha plataforma.

La complejidad de un proyecto de tal naturaleza no deja indiferente a los distintos estamentos que podían verse afectados por el emerger de un estado “construido” a partir del ingenio y la visión de un ingeniero que simplemente quería estar (ser) fuera de lo que él consideraba las cadenas del mundo moderno.  El Consejo Europeo con sede en Estrasburgo delibera sobre el caso y considera que no puede emitir dictamen alguno puesto que el micro estado (La República de las Rosas) se encuentra fuera del mar territorial de país europeo alguno. La Santa Sede presiona e influye sobre el gobierno italiano para que tome acciones. La ONU hace consultas sobre el tema.

 El anhelo de libertad del ingeniero Rosa da lugar a una nutrida y variopinta serie de situaciones que con no menor éxito que la película, recogen Nicolás Carrillo-Santarelli e Ignacio de Casas en un artículo intitulado: “La estatalidad como un santo grial del uso geopolítico y legitimador del derecho internacional. Consideraciones a partir de un caso real interpretado en el cine” que de manera amena (una rara avis en el universo de las publicaciones científicas) y didáctica refieren y discurren sobre el caso, sobre la película, sobre las posibilidades de utilizar la película como material didáctico para las clases de Derecho Internacional y sobre los recovecos filosóficos, literarios y jurídicos que el quijotesco esfuerzo de Rosa conlleva.

El citado paper tiene en su primera parte una intención comunicativa que es evidentemente presentar y discutir la relación entre el Derecho Internacional Público y la literatura, y otras formas de arte, porque se destaca  la importancia de considerar las obras literarias y cinematográficas desde una perspectiva jurídica, ya sea como herramientas pedagógicas para transmitir información sobre el derecho internacional de manera lúdica, o como medios para explorar dinámicas subyacentes en la construcción de la institucionalidad jurídica internacional. En la segunda parte se expone una cuasi metodología de enseñanza de Derecho Internacional a través de la película, exposición que viene enriquecida por referencias literarias e históricas. En la tercera parte se desarrolla el meollo del asunto:

El paper deja más que todo, preguntas. ¿Por qué querría Rosa una República? ¿No podía ser mejor una monarquía? A los Saboya la república italiana les confiscó sus bienes en 1946, por tanto, no; mal derrotero. ¿Por qué no intervino Estrasburgo? ¿Hubo intención geopolítica por parte de Rosa? Estas preguntas (y un sinnúmero más) quedan como insumo para el debate. La discusión no debe dejar de lado el que es talvez el principal problema del Derecho Internacional: la obtención de la calidad de Estado, que era algo que Rosa, una vez que cayó en cuenta de que la utopía necesitaba de fuerte asidero con la realidad, intentó, infructuosamente conseguir.

De la heroica resistencia de Rosa y sus acólitos frente al imponente acorazado de la marina italiana que fue a destruir la isla y de la posterior destrucción de su sueño, de una utoía que se dio de bruces con la realidad, dura como el concreto de la Isla de las Rosas, no tenemos mejores palabras que las que el propio Hamlet dice luego de las universalmente conocidas:

 

¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,
u oponer los brazos a este torrente de calamidades,
y darlas fin con atrevida resistencia?

martes, 23 de abril de 2019

Julian Assange, héroe


Julian Assange, el último héroe, con la camiseta de la selección de fútbol de Ecuador
Cuando uno piensa en periodismo, generalmente se le vienen a la mente los grandes emporios de comunicación: The New York Times, Der Spiegel, The Guardian, El País, CNN, BBC, RT, etc.; es decir, gigantes empresas, con una gran facturación y un gran arsenal de recursos.

¿Qué se sentirá saber que una, sí, UNA SOLA PERSONA, hizo, en un solo acto, más periodismo que tantas empresas de comunicación juntas en un siglo?

Sí, Julian Assange, el carismático fundador del portal Wikileaks, publicó la filtración de documentos oficiales comprometedores más grande que haya existido. En esos documentos, pudimos darnos cuenta de un sinnúmero de crímenes cometidos en Irak y Afganistán (así como en muchas otras guerras), de cómo se mintió a la población sobre armas de destrucción masiva, asesinatos de civiles que se disfrazaron como “caídos bajo fuego enemigo”, etc. Nadie como el sagaz Julian, expuso las corruptelas del poder, los recovecos en los que los poderosos cometían crímenes de todo tipo y salían indemnes, gracias más que todo al silencio de los medios que se venden como “independientes”.

Exponiendo su integridad, la de su familia, dejando de lado todo por dar a conocer la verdad, hoy es tomado cautivo por sus verdugos, gracias a la miserable y profundamente aborrecible actitud del gobierno de Ecuador. Paradójicamente, el incidente de hoy es aplaudido por la misma gente que suele habitualmente quejarse de la falta de libertad de expresión. Al más grande paladín de la libre expresión y la noticia como instrumento de control del poder, los que reclaman para sí ese título, lejos de solidarizarse, se congratulan.

Si periodismo es fiscalizar al poder, ponerlo contra las cuerdas, exponerlo; no hay nadie que lo haya hecho como Julian Assange, aunque diga lo contrario el perruño periodista de turno de la TV, el repetidor de insensateces que escribe en el periódico o el profundamente ignorante opinólogo que gusta balbucear su desconocimiento en redes.

Assange, que no te quepa duda, lector, lectora, es uno de los más grandes héroes de nuestro tiempo.

Nota: Este post fue publicado originalmente en mi cuenta de Facebook, el 11 de abril de 2019. Al momento de transcribirlo aquí, había sido compartido 891 veces.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Statement for WYF Egypt 2018

Since I was a kid, I have been a “fan” of ancient Egypt, even before I was able to know the Greek culture, basis of the West. Through a cartoon called "Kaliman" that I used to read with joy, I got to know characters like Osiris, Anubis, Isis, Ra, Horus, etcetera and as well as the importance of cities like Thinis, Memphis, Karnak, Thebes, Avaris, Luxor and Alexandria, and of course, of the widely known Pyramids of Giza, the Great Sphinx, the Valley of the Kings and Abu Simbel. I have been so much in love with Egyptology that I took a MOOC from Universitàt Autonoma de Barcelona in 2013 to learn more about History, Anthropology and Archaeology of this gorgeous country.

On October 2017, I was at Sochi, Russian Federation to attend World Festival of Youth and Students. Being so far from my country made me realize how vast and rich is the culture of the rest of Asian, Middle East and African countries (I had been experienced a bit more the European and American culture for a matter of distance since I am Ecuadorian and these countries are a bit closer to mine). I was astonished by the way every person of so many different cultures carried its heritage along and show it with proud and love to the rest of the world. This summit full of talented youth, culturally diverse, based on volunteering and always looking forward to a future of peace, love, and respect for all the people from all the countries totally convinced me that the way is just the one the World Youth Forum express on its online statement: to make people from all over the world to meet in a Forum to discuss the problems that affect the planet under a vision of respect and harmony, to build and apply principles of prosperity and progress for everyone. In this respect, I stand by the message of the Egyptian President, Mr. Abdelfatah Al Sisi in order to search for social peace.


So, why I want to attend World Youth Forum 2018? Cause I sincerely believe events like this need to be broadcasted worldwide because participants will get ideas that change the world and make it a better place. And finally, as I did with my "Russian experience" on Sochi's WFYS 2017, I would love to show the discussion and the debate on WYF 2018 as well as the beautifulness of Egypt to my people, to my country.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Otro apunte sobre el adiós

Una de las mejores metáforas sobre el ciertamente triste periodo que tiene lugar cuando el amor se termina, es la célebre "19 días y 500 noches". Por si fuera poco, su autor, el bardo de Úbeda, Joaquín Sabina, suele recitar, a manera de préambulo de la canción, un soneto extraído de su poemario "Ciento volando sobre catorce", en el que, usando gran cantidad de imágenes, expone su pena, diciendo:

"Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole sin dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos..."

Y si bien, como dice Nacho Segurado, "contagiarse del lirismo ajeno es un espejismo"; no es un espejismo el esperar con fervor que sea esa persona -y solo esa persona- la que llame o escriba un mensaje (teléfonos que hablan con los ojos), como tampoco lo es, el tratar de modificar el espacio -mover los muebles, los enseres- , para evitar recordatorios del tiempo en que se fue feliz (encalar la casa) y, tampoco, como signo inequívoco de los tiempos que corren, se puede evitar borrar muchas -al menos aquellas que denotan más felicidad- de las fotos que se hayan guardado en el móvil (condenar a la hoguera los archivos).

Tener que irse siempre conlleva tristeza. Y aunque se quiera - y se deba - ir uno en paz, el punto final -de cualquier historia que se precie- siempre duele.


#GirasolMarchito #Saudade




martes, 24 de julio de 2018

El oficinista, reseña cualquiera de la primera novela de Federico de Gregorio


"Creo que ése es el problema que tengo. Por dentro debo ser el peor pervertido que han visto en su vida. A veces pienso en un montón de cosas raras que no me importaría nada hacer si tuviera la oportunidad. (El guardián entre el centeno, J.D. Salinger)"

'El oficinista, crónica de un asesino cualquiera' es la opera prima del periodista bonaerense Federico de Gregorio, donde relata el 'camino' que emprende un tipo normal (si tal cosa existe) en su búsqueda de libertad; luchando contra el agobio que significa vivir aburrido para trabajar en una oficina, con todo lo que ello conlleva, a cambio de un estipendio (¿no les suena parecido a lo que viven?).

Desafortunadamente para sus víctimas, este camino no es, ni el utópico rumbo que tomó Thoreau, ni la decidida lucha emprendida por Neo, el recordado héroe de Matrix. Más bien es un camino que -aunque suene macabro- el propio lector podría tomar. El protagonista de la novela está consciente de que su vida necesita un cambio total y mientras lo planifica, hace catarsis de sí con monólogos como los de Raskólnikov (cómo te apareces por todos lados, Dostoievski) a la vez que observa la cotidianidad como si fuese Tyrion Lannister. La alta dosis de cinismo del protagonista se manifiesta en toda su extensión cuando va revisando, con fruición, las reacciones de los internautas respecto de su segundo crimen, diagnosticando mediante tan sui géneris examen, la infinita estupidez y mediocridad humana. Grandísimas y grandiosas dosis de humor negro, realizadas en una prosa simple pero que cala, que va cargada de sarcasmo, que el lector sentirá que las pudo decir él mismo. Federico de Gregorio se desdobla, de algún modo y se convierte en una suerte de portavoz incómodo, de relator de toda la incorrección política que tenemos dentro, como Dr. House, pero sin el título de Physician y sin los recursos del hospital de Princeton-Plainsboro.

Es memorable la referencia al concierto de Acorazado Potemkin, con 'La mitad', una canción que seguramente a nadie que haya pasado por el incómodo momento del adiós, dejará indiferente; porque en este momento, el lector podría plantearse, disyuntivamente si fue el hastío de la hiper homogénea vida a la que el sistema obliga, la que llevó al protagonista a convertirse en asesino... o si fue el despecho. Incluso, entre devaneos melomaniacos el oficinista se plantea asesinar a su antigua fiancé. ¿Matar por amor? Suena conocido. Axl Rose haría apología de lo que hoy conocemos como femicidio en I Use to Love her (una canción que, de lanzarse hoy, probablemente les daría a los Guns no solo fama de misóginos incorregibles sino que les quitaría el jugoso contrato con su disquera)… acá en El Oficinista; una despedida, un rompimiento, un ingreso a las quinientas interminables noches de Sabina, podrían haber ocasionado una trasmutación total de la personalidad... o tal vez la confluencia de ambos factores: la opresión del sistema y la ida del ser amado. 

Pese a subtitularse como 'un asesino cualquiera', está claro que no es tanto así. igual que el asesino de Süskind, el oficinista está convencido de que persigue un fin superior y sus 'incursiones' son solo pequeños pasos hacia la meta. 

La vida de oficina no volverá a ser vista de la misma forma después de leer esta novela y.... al que escribe esto, desde que la leyó; le da miedo salir a correr por las noches. 



miércoles, 13 de junio de 2018

Trova y humedad


El concierto empezaría a las 9 de la noche. Luego de sortear un par de inconvenientes de tráfico, que amenazaban con retrasar la llegada de la comitiva al inicio del recital, se llegó al punto señalado en los boletos.

José Raúl Pinoargote y su banda, “Kana en Tinto”, harían entonces un recorrido sobre temas emblemáticos de la trova, ese género comprometido al que algunos llamaban 'canción social' o 'canción latinoamericana', con anexos puntuales de temas del propio cantautor. Sonaron, entre otros: Mercedes Sosa, León Gieco, Víctor Heredia, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Jorge Drexler, en la voz de José Raúl, con la armoniosa instrumentación preparada para el efecto.

Por la blanda arena 
que lame el mar 
su pequeña huella 
no vuelve más 
un sendero solo 
de pena y silencio llegó 
hasta el agua profunda 
un sendero solo 
de penas mudas llegó 
hasta la espuma. 
(Alfonsina y El Mar)

Estaban sentados en una mesa ubicada en posición oblicua al estrado donde se desarrollaba el concierto. Los temas interpretados, de hondo contenido social, así como de remarcable vena poética, hicieron que se estrechasen las manos de cuando en cuando. A él le gustaba jugar con el cabello de ella, ensortijando las largas hebras de su cabello suelto, poniéndoselo detrás de las orejas, o le acariciaba la espalda con suavidad. Un par de veces le besó la mejilla, justo cuando sonaba: “tengo un poema escrito más de mil veces, en él pregunto siempre que mientras alguien...”, lírica que llegaba a los oídos de ambos por cortesía de Víctor Heredia, con la voz de José Raúl y también cuando, en un alarde de virtuosismo, el propio José Raúl en interpretación intimista, entonando él mismo la guitarra clásica, interpretó la preciosa y emotiva “Un minuto, una hora”. La letra de la canción, realmente invitaba a dejarse llevar por la noche, llena de una sugerente oscuridad, con candiles en cada una de las mesas, lo que otorgaban a la velada una atmósfera de romanticismo similar al que uno podía ver en las películas que la gran pantalla ofrecía con periodicidad.
Puede ser que no pisaste a fondo
Porque acá en lo más hondo,
Tengo tanto que contarte
O puede ser que las olas del mar,
Ya no llegan vivas, a romperse en nuestra orilla
(Un minuto, una hora, José Raúl)

Esta canción, interpretada a coro con el público, entre los que él era uno de los más fervientes cantantes improvisados, supuso una especie de clímax para los sentimientos que lo habían llevado a invitarla al concierto. Él entendía que lo que Juan Carlos Arbona, uno de sus últimos huéspedes de Couchsurfing le había dicho, era una verdad irrefutable: la vida era y se trataba en exclusiva, de fluir, de dejar el ego atrás y dejar que las cosas fluyan. A él, un asiduo lector de filósofos de alta alcurnia, le parecía increíble que una de las verdades más grandes de su vida, hubiese sido dicha por un humilde campesino de Mallorca. Le dio varios besos en la mejilla, sin importarle nada más que expresarle su cariño, su aprecio, su agradecimiento por hacer de esa noche, algo memorable. Él trató de tenerla siempre cerca; de cierto modo, procuraba transmitirle la pasión por ese tipo de música que tanto significaba en su vida. Hubo momentos de clímax, como por ejemplo, en la interpretación de Ojalá, del maestro cubano Silvio Rodríguez:

Ojalá se te acabe la mirada constante
la palabra precisa, la sonrisa perfecta
ojalá pase algo que te borre de pronto
una luz cegadora, un disparo de nieve
ojala por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones

Al terminar el concierto, tomaron rumbo al sitio en que compartirían, posiblemente la noche. Luego de un pequeño intercambio de opiniones, decidieron que la noche aún ofrecía posibilidades de diversión y fueron a a un bar donde podrían también hacer gala de sus hablidades danzarinas (habilidades de las que él carecía, por completo). Compartieron unas copas, él hizo el ridículo saliendo a la pista con ella, que tenía buen porte, excelentes dotes de bailarina, parecía que sus pies tenían contrato de exclusividad con el ritmo, llenaba la pista de candor y de gracia con sus rítmicos contorneos, además, trataba de no dejar tan atrás a él, mediante pequeños consejos de baile, para que éste no sea tan lastre para ella. Un observador imparcial, habría notado que tenían un buen feeling, no para bailar, por supuesto, pero sí por la forma en que se comunicaban y se trataban.

Llegada la hora de retirarse, ella decidió que rendiría pleitesía al dios tabaco, ese silencioso y elegante asesino; el asesino con “charm”. Él no tenía claro cómo abordarla para hacerle sentir lo especial que había sido compartir esa noche con ella y lo llenaba de regocijo saber que aún tenía tiempo para con ella.

Al entrar a la habitación, intentaron verse como normales, es decir, sin mostrar apuro alguno. Ella estaba algo trémula, él algo relajado pero con ansiedad por dentro. La besó con suavidad al principio, luego con algo más de pasión, que podía confundirse incluso con apuro. Ella correspondía a sus besos y caricias con reacciones igual de intensas. Tenían la madrugada para ambos, nadie podía interrumpirlos, el aumento rítmico de la respiración y la temperatura corporal de ambos, los prepararon para el siguiente paso. Ella estaba en sus manos, él le demostraba no fuerza sino cariño, delicadeza incluso y una obsesión por satisfacerla. Sus manos se entrelazaban, él ya no le besaba la boca, pero no dejaba de besarla, a ella le correspondía sentir como el placer le iba nublando la vista, había oscuridad, la respiración de ella empezaba a acelerarse aún más, él no dejaba de besarla, de hacerle sentir cuánto la deseaba. Navegaba con sus manos el cuerpo de ella, mientras aquesta, invadida totalmente de un hormigueo tenue pero constante, arqueaba la espalda de forma cíclica. Cuando ella lo sintió dentro de sí, su cuello no paraba de girar, mientras no encontraba forma de soportar el arrebato de emoción que la cubría casi por completo, luego, súbitamente, la pasión sufrió un ataque. La respiración se desaceleró. La temperatura bajó. Los cuerpos se enfriaron. Sintió una molestia. Consensuaron detenerse. La música que sonaba, aunque baja en volumen, no colaboraba con el momento. Él le pidió que dejara de pensar en lo ocurrido, que las ocasiones posiblemente se sucederían y la siguiente vez sería como las primeras: más satisfactorias que esta. Ella no se resignaba. Hablaron largo rato. A él, le parecía que ambos eran los protagonistas de “Ojos de perro azul”, el sensual, esotérico y ciertamente triste cuento de Gabo. Entonces, cuando él se disponía a dormir, ella decidió que un día tan magnífico como aquel, no podía quedarse sin un adecuado cierre. Haciendo gala de una pasión irrefrenable, lo embistió, lo tomó en sí y él, pletórico, correspondió. La escalada de placer fue inevitable, llegó como avalancha, cadencioso sainete de respiración entrecortada por los furibundos besos que él le daba, sin darle oportunidad a respirar, se confundieron en un torbellino de caricias, arremetidas, besos; cuellos y espaldas arqueados y manos entrelazándose fuertemente, sobrevino el clímax, la cima del placer. Él se quedó ligero y juraría que ella tenía una suerte de ráfagas, que a manera de espasmos musculares le cruzaban por las piernas. El aliento de ambos se mezclaba en pequeñas exclamaciones de gratitud, mientras él recordaba, con alivio, con satisfacción, con una sensación mezcla de gratitud, exaltación y protección para su pequeña, la letra de “Razón de vivir”:

Para decidir si sigo poniendo
esta sangre en tierra,
este corazón que bate su parche,
sol y tinieblas.


Para decidir, para continuar,
para recalcar y considerar,
solo me hace falta que estés aquí
con tus ojos claros.

Ay, fogata de amor y guía,
razón de vivir mi vida.

viernes, 25 de mayo de 2018

Zombies y yo.



Zombies y yo
                                                                           
Ventanas, agosto 2017

A Gaby Intriago, para que pierdas el miedo.
No había podido dormir placenteramente anoche. El recuerdo de las historias que Jorge me había contado sobre una supuesta plaga de zombies, de algún modo; me atormentó durante gran parte de la madrugada. La migraña que suele aquejarme de vez en cuando, hizo también aparición aproximadamente a las 3 de la mañana y estuve tratando de calmarme sin éxito hasta las 5, cuando ya la Aurora empezaba a despuntar.

Hoy iba a ser un día atípico, todos mis familiares iban temprano a viajar a Jama a visitar a una pariente que estaba enferma y, como mi mamá sabe que estoy en los últimos meses de la carrera, me permitió quedarme para estudiar un poco y tener algo de descanso, porque como recién fueron las fiestas de Chone, he estado muy ajetreada.  

Mientras bajo a realizar mi limpieza cotidiana, me pasan por la cabeza un sinnúmero de cosas, entre ellas: mi necesidad de terminar a tiempo la tarea de Estadística Financiera, porque el tutor online me resultó muy, muy gruñón y poco confiable; el atender a los grupos de whatsapp de mis compañeras de colegio, ya que estamos armando una reunión de la promoción 2008-2009 y hay alrededor de ¡500 mensajes! Va a ser algo complicado responder todas las inquietudes que tengan, pero hay que hacerlo y, por supuesto, responder a quienes me han estado escribiendo, entre ellos, David, Carlos, Marcelo y Rodrigo, quienes no se cansan de mandarme mensajes de invitación a salir. Si bien es cierto que lo hacen con respeto y envían imágenes bonitas, la verdad es que me gustaría que fueran menos insistentes porque no he pensado en salir con ellos en otro plan más que de amigos y que cuando me escriban, no incurran en faltas ortográficas, je je ese es un aspecto que definitivamente Jorge tiene totalmente cubierto: ¡su precisión ortográfica es admirable!

Uuuuu, uuuuu, uuuuu, parece que es una ambulancia, que suena a lo lejos.

Tengo también que organizar mi salida deportiva con Carol y el resto de las chicas del local, debemos ponernos un poco rigurosas con el horario si es que queremos hacer un buen papel en la próxima 5K por las fiestas de Octubre.
En la radio informan con insistencia de que la morgue se ha visto colapsada por la cantidad de fallecidos en estos últimos días. Supongo que la combinación de alcohol, fiestas, motos al alcance de todo el mundo y drogas, hacen un cóctel peligroso y ahí están las consecuencias. Me resulta raro pero me encuentro pensando que es algo “bueno”, que quienes fallecieron, tengan cristiana sepultura y no como el cuento que Jorge ha estado escribiendo, pensando en su serie The Walking Dead; que se salen de sus tumbas y van a hacerle la vida imposible a los vivos. Me digo que es un alivio.

El canal 7 informa que la Ministra de Salud se va a dirigir en cadena nacional sobre los últimos acontecimientos. Bueno, la verdad la política no es mi fuerte, no me interesa mucho, aunque no deja de ser raro que tan temprano ¡y en día domingo! Se pongan a hacer esas transmisiones. Yo haré lo mío. Mmm, suena mi teléfono, ¿quién será a esta hora?

-¡Gaby!
Hola, sí, buenos días.
- ¿¡Dónde estás!?
En mi casa, ¿qué son estas horas tan temprano de llamar? Dime, qué ocurre, apenas despierto
- ¡Está pasando Gaby!
¿Qué cosa? Por fa, cálmate, dime primero qué es que según tú está pasando, dije con tranquilidad.

Tuu, tuu,

La llamada había sido cortada abruptamente. Imagino que se le terminó el saldo a Eduardo, bueno; voy a prepararme unos pancakes, luego veré qué mismo es que ocurrió.

Mientras tanto, solicitamos a la población mantener la calma; estamos coordinando con todas las instancias pertinentes el operativo de emergencia. Reiteramos: no pierda la calma, manténgase en contacto con sus familiares, de ser posible, use redes sociales para evitar congestionamiento en las llamadas.

Es el comunicado que pasan en la tv y francamente, lejos de inquietarme, está aburriéndome. Me percato de que mi madre ha olvidado (espero que no obviado) su promesa de comprar una nueva sartén, la que uso en este momento para cocer la masa de mis pancakes es la de siempre, que casi ya no tiene teflón en la superficie, lo que significa que mi desayuno está adherido a la superficie del cazo o sea: pegado. Y, si es cierto lo que algunos estudios dicen sobre ingesta de comida medianamente quemada, he incrementado mi riesgo de padecer algún cáncer al estómago en el futuro. ¡Bah! Y eso que mi madre es cuidadosa. Le haré acuerdo esta misma tarde.

Uuuuuu, uuuuuuu, uuuuuu, otra vez una ambulancia y esta vez suena muy cercana.

¡Ya basta! Iré a cerrar en este momento las ventanas y prenderé el viejo aire acondicionado aunque eso signifique un aumento en la planilla de energía eléctrica. ¡A duras penas estoy tratando de recomponerme de una noche con sobresaltos y tengo que estar oyendo a cada rato el estruendo de estos vehículos hospitalarios! ¡Así no se puede!

Veo que hay lo que podría llamar agitación en las calles; hay personas corriendo y otras yendo en motos y vehículos a una velocidad a la que no llamaría baja, estoy casi segura que se debe a lo típico en este tipo de casos: una fiesta que duró toda la madrugada, exceso de alcohol, alguna riña o algún accidente de tránsito, es una pena pero nuestra gente no entiende. Solo le pido a mi Dios que si alguien falleció, que se apiade de su alma y que me cuide a los míos y, bueno, a los que sin ser míos y están lejos de mí pero a quienes aprecio lo suficiente como para que mi corazón se cuide de ellos.

Empiezan a sonar los acordes de “Looking for Paradise”, la bonita canción de Alejandro Sanz y Alicia Keys que tengo establecida como tono personalizado para Carol.

         Aló.
-          ¡Gaby! Gracias al cielo estás ahí, ñañita!
Je je buenos días, ñañita, cuéntame qué pasa.
-          ¡Gaby están pasando cosas! ¿Dónde estás? ¡Mira que…
¡Cálmate Carol! La interrumpo. ¿Qué ocurre? ¡No me hagas asustar, a ver, cálmate, cuéntame qué está pasando!
-          ¡Vieron a…
Tuuu tuuu

¡Caramba! También se cortó la llamada. Ya mi tranquilidad se terminó, ups y hay demasiados mensajes de whatsapp, al menos responderé a Jorge, que suele ser bastante resentido, a veces no sé cómo lo aguanto, je je je; si no le respondo, seguro le dan uno de sus arrebatos y no hablaremos por una o dos semanas.

Uuuuuu, uuuuuuu

No paran de circular las ambulancias y de hacer sonar las sirenas, ¿qué mismo será que está pasando?, echaré un vistazo desde el portal, al abrir la puerta; mi teléfono vuelve a sonar, pero no responderé, primero iré a ver qué pasa, respondo en WhatsApp más tarde; no hago nunca lo de ir a ver a la calle las aglomeraciones, pero esta vez ya estoy algo inquieta.

Al entreabrir la puerta, juraría que un tenue olor nauseabundo viene desde la calle, doy cuatro o cinco pasos y veo a gente ensangrentada, caminando, pero hay algo raro, no parecen estar pidiendo ayuda, o bueno; sí están pidiendo ayuda, pero veo que hay gente que en vez de ayudarles, huye de ellos. Alzan los brazos, y los tienden hacia adelante, no me puedo imaginar qué es lo que ha ocurrido; ¿qué habrá sido? ¿Un grupo de borrachos luchó contra otro grupo y por eso quedaron heridos? ¿Debería acercarme y ayudar? Es raro, pero pese al ruido exterior, puedo oír mi teléfono sonando. Una moto acaba de estrellarse contra el grupo de borrachos, ¡Dios mío, qué pena! ¿qué hago? Llamar al 911 tal vez, ¡Oh, por Dios! ¡Otro choque! Esta vez es un vehículo ¡qué barbaridad! ¡No sé qué hacer! Están a unas dos cuadras de distancia, si camino hacia ellos, con seguridad puedo ayudar a algunos, mi visión es algo borrosa, pero…¡parece que hay hasta mujeres! ¡Dios mío, no puedo quedarme de brazos cruzados! ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo pueden estar mujeres y que parecen jóvenes, en un evento tan… feo como este?

Uuuuuu, uuuuu ….¡crash!

¡Esto, definitivamente, no puede ser! ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Dios mío ayúdame! ¡Qué está pasando! Una ambulancia que iba a toda velocidad acaba de estrellarse en la acera contraria a mi casa; contra la casa de don Roberto, el amigo de toda la vida de mi papá, con el que solían jugar naipe en semana santa y creo que jugaban juntos fútbol de jóvenes. Me tomo la cabeza entre manos, ¡no puedo quedarme parada! ¡No puedo quedarme cruzada de brazos! Cruzo la calle corriendo hacia la casa de don Roberto, Dios quiera que nada malo le haya pasado a él o a la familia, veré cómo ayudo también a los heridos que resulten del choque y veo que de la parte trasera de la ambulancia, que está como un acordeón en su parte de adelante; puesto que se estampó contra uno de los pilares frontales de la casa del vecino; se abren un poco las puertas y ruedan un par de camillas, sueros y una gran cantidad de implementos médicos, veo también sangre, y… ¡sí! ¡También veo que una mano intenta salir de ahí, veré cómo ayudo! Solo veo la mano y un brazo semi extendido que, de algún, modo, cuelgan hacia afuera.  Escucho una especie de alaridos, no me imagino el dolor por el que esa gente está pasando. No recordaba que mi teléfono tenía tan fuerte el volumen, porque puedo oírlo incluso acá. No me pongo a ver al chofer, porque, por la forma en que el carro está chocado, doy por seguro que ya no está con vida.

-          ¡Hola, hola! Digo en alta voz, pero no tengo respuesta.

-          ¡Permítame ayudarle! Tampoco tengo respuesta, excepto un murmullo que interpreto como de dolor.
-          Hola, por favor, quiero ayudarle, deme su mano, si me lo permite, puedo empujar la puerta hacia arriba para que pueda salir, exclamo. Pero tampoco tengo respuesta, más bien el murmullo sigue ahí pero ahora se le suma una especie de chillido agudo, molesto, que no sé de qué o de quién proviene.
-          ¡Don Roberto! ¡Don Roberto! ¡Por favor, alguien ayúdeme, hay alguien aquí y está vivo, ayúdenme a sacarlo.
-          Solo sigue el murmullo y también el chillido, que se hace más insoportable, veo que la persona saca más el brazo y empieza a empujar, de forma intermitente, pero empiezo a ayudarle.
Sacando fuerzas de donde no tengo, empujo hacia arriba con todo mi aliento y al fin, con ayuda de la persona… (¿o personas?) encerradas; podemos echar la puerta hacia atrás. ¡Uff! No puedo evitar dar, por un nanosegundo, un suspiro de alivio. Trago trabajosamente saliva, mientras el humo y el polvo nublan la vista, así como el barullo del grupo de borrachos que pelean o piden limosna a dos cuadras hacen un coctel realmente incómodo.
-Oiga, cuánto lo lamento, estoy sola y soy un poco débil; pero al fin…pudimos…
No me dicen nada, pero veo que sale una persona, con dificultad por el humo que sigue expulsando el motor del vehículo, este es definitivamente el hombre que sacó primero la mano, por debajo de la puerta, tiene los zapatos bien sucios, parecen algo ensangrentados, el pantalón también.
-          Si Ud. desea señor, puedo llamar al hospital. No me responde, pero me mira.
-          Puedo ofrecerle un poco de agua, entiendo que el susto debe ser tremendo, yo también estoy muy asustada. Tampoco tengo respuesta, pero extiende su mano primero hacia mí y parece dar pasos hacia donde estoy. Salen tres personas más, o no sé si cuatro.
-          Todos pueden venir y esperar aquí en el portal de mi casa, les daré agua para el susto y llamaré al hospital, mi padre trabaja ahí y mi madre es enfermera, posiblemente hasta los conocen, por favor, vengan, les voy a tratar de ayudar. Mi teléfono está sonando, qué raro, el parlante debe haberse puesto loco y por eso puedo oírlo hasta acá.

Todos empiezan a acercarse, el que primero me oyó ya está muy cerca y ha extendido sus dos manos hacia mí. Obviamente, en su desesperación, busca ayuda.
Pero… tiene sangre en su rostro también y ya está a solo unos tres metros. Veo que las cuencas de sus ojos están hundidas, es como si hubiese sufrido una deshidratación tremenda, murmulla de forma que me hace sentir temor y tiene sus dos manos extendidas hacia mí. Tiene sangre en los labios también. Doy un paso hacia atrás.
-          Por favor, cálmese, trataré de ayudarle.

Entonces, por un momento; mientras el humo y el polvo parecen disiparse, noto que todos tienen sangre en el cuerpo, incluido el rostro. Siento pavor, cuando veo que uno de los que salió último, parece tener el cráneo deforme, podría jurar que tenía el hueso frontal descubierto… es espantoso, ¡parece tener expuesto el encéfalo! Pero camina hacia mí también, con los brazos extendidos hacia el frente y uno que lo acompaña ha sido el que emitía ese horrible chillido. ¡Estoy en shock!

En menos de un segundo, un montón de imágenes, de relatos, de juicios mentales, de entender lo inentendible y de explicarme lo inexplicable me recorren el cerebro. Entonces, mientras siento las dos manos del primer hombre tocándome los hombros, observando que en sus ojos no hay vida, están ahí, pero no hay chispa, no hay luz; instintivamente giro y empiezo a correr con todas mis fuerzas, hacia casa, espoleada por el horroroso chillido, que se volvió aún más agudo.

Corro, corro, y me parece ver que aquellos que pensé que estaban borrachos a unas dos cuadras, están caminando, no sé si corriendo, hacia donde estoy. Pese a todo lo que ocurre puedo oír el ring de mi teléfono. Me parece escuchar los latidos de mi corazón, el mundo parece haberse tornado un espectáculo de cámara lenta y me angustio, mientras veo la puerta de mi casa entreabierta y, a toda velocidad, traspaso el umbral de entrada. Cierro con una rapidez inusitada debido al miedo que siento y la desesperación que me causa el tener en la mente todas las ideas que en ese momento, a manera de torbellino, atormentan mi cabeza, empiezo a atar cabos: las llamadas cortadas abruptamente, el grupo de borrachos ensangrentados, los accidentes de tránsito. Me tapo los ojos y oigo el murmullo que oí por primera vez al acercarme a la ambulancia, multiplicado por cien. Ya no hay un solo chillido sino varios. Y el teléfono sigue sonando. Por la ventana cuya persiana no cerré del todo, puedo ver que hay unos cuantos “hombres”, con el mismo patrón: están sucios, ensangrentados, murmullan y parecen estar tocando ya las paredes de la casa. Siento horror, debo estar muy pálida. ¡No sé qué hacer! ¡Estoy desesperada! El ruido indica que están acercándose a la puerta, pareciera que la golpean, el chillido y el murmullo son demasiado fuertes, no puedo soportarlos. Camino hacia atrás y me acerco a mi teléfono, estoy llorando, con la mano en la boca, no sé qué hacer. Mi teléfono suena, suena, estoy aterrorizada, lo tomo en mi mano, pero sigo con la mirada fija en la puerta, con miedo que pase algo que no quiero ni siquiera imaginarme…

-          ¡Aló!
-          Ring, ring, sigue sonando
-          ¡Aló!
-          Ring, ring, pese a que contesté, sigue sonando
     ¡Aló, por favor! Todo parece tan confuso… parece que me desvanezco.

Abro mis ojos. Estoy boca arriba, en mi cama, en mi habitación. El teléfono está sonando. En un instante, comprendo con calma primero, con alivio después, con satisfacción al final, ¡que se ha tratado de un sueño! Sigue sonando el teléfono. Bueno, no ha sido un sueño sino una pesadilla. Quien llama es Jorge. ¡Ya verá el chico de Ventanas lo que le diré por causarme semejante susto!


El viento, el recuerdo y Fake Plastic Trees de Radiohead.


A Jeniffer (con doble efe) Sampedro S.
Guayaquil, septiembre 2015 

No llovía, pero hacía un viento algo húmedo que refrescaba bastante, tal vez en demasía. Había amanecido más oscuro de lo que era habitualmente en esa época del año. Nubarrones grises que a ojos de cualquiera que no viviera en la ciudad anunciaban lluvia, poblaban el cielo (los avecindados sabían bien que, lo único que se podía predecir en esa ciudad, era el calor y la humedad, porque jamás los privaba de su presencia). Él ya iba de salida, encaminado a su rutina laboral, mientras gente apurada por ir a sus trabajos o apurada llevando a sus hijos a escuelas y colegios eran moneda común a esa hora. A dos manzanas de distancia de su casa estaba la vía por donde pasaba el bus que lo llevaría la primera parada de su viaje. Lo tomó sin problemas. Como siempre a esa hora, no había asientos desocupados, por lo que, una vez dentro del vehículo, estiró uno de sus largos brazos para mantenerse en equilibrio, sujetándose de la barra de aluminio que surcaba longitudinalmente el autobús, clavada al cielo raso. Al estar en la parte del casco central donde usualmente se bajaba, caminó 3 manzanas más para tomar el otro autobús, que lo llevaría a la ciudad pequeña cercana, donde esperaría a su compañera de trabajo, para juntos, ir a la oficina en que laboraban. Para ello, tomó uno de los buses amarillos grandes, algo envejecidos, que hacían esa ruta, pagó el pasaje al conductor y por fortuna, pudo tomar asiento. Era la única persona que llevaba gafas de sol puestas a esa hora del día.

La radio del bus tenía puesta música del tipo del que él particularmente aborrecía: géneros tropicales de compás simple que generalmente hacían loas obscenas a la voluptuosidad y la lujuria, con no pocas referencias a traiciones amorosas, hazañas sexuales y parábolas de remarcada simpleza. A él no le gustaban porque había sufrido durante mucho tiempo la herida que le dejaron los engaños y la traición de la persona que amaba. Además, él sabía que a ella le gustaban esos tipos de música, la que se reproducía mucho en lugares de diversión nocturna, que ella gustaba de frecuentar y que él no visitaba, no tanto por esnobismo o por aires de intelectualidad, sino más bien porque se sentía en desventaja ante las variadas y abundantes muestras de pericia técnica de las parejas que bailaban. A él le era tan difícil hacer lo que todo el mundo en esos sitios hacía como si hubieran nacido haciéndolo; siempre decía y se decía que tenía dos pies izquierdos. El derroche de sensualidad de las personas que danzaban le atraía pero a la vez, le repelía; le dolía saber que su amada estaba expuesta a hombres apuestos, de buen continente, que bailaban bien, que eran los “reyes de la noche” y que él, que podía citar sin problemas a Wilde, a Joyce, que adoraba a Borges y solía tomar café leyendo pasajes de Bertrand Russell, no podía competir contra ellos; que su sensibilidad poética o su inteligencia no eran consideradas sex appeal. Se odiaba por no ser como ellos, como cualquier hombre que tuviera lo que su amada admiraba: buen físico, pericia para el baile y ganas de farra. Se odiaba por no ser normal, por preferir a Radiohead en vez de algún cantante de reggaetón. Se odiaba porque sabía que había intentado convertirse en un hombre como todos, pero había fallado en esa empresa. Se odiaba incluso porque mientras todo el mundo escuchaba sin problemas lo que sonaba en la radio, a él le causaba estrés. Pese a la acuciante necesidad que sentía de “neutralizar” el barullo exterior, tenía miedo de prender su reproductor portátil de música. Hacía ya un buen tiempo que no había descargado música nueva, mas bien había eliminado casi toda la música y, por una de sus recurrentes crisis melodramáticas, había dejado intacto el “The Bends”, ese álbum de Radiohead de 1995 que tanto le gustaba por lo rapsódico que le resultaba. Temía, más que todo;  oír “Fake Plastic Trees” por la angustiante melancolía que le provocaba saber que estaba abducido por el juego; ese ir y venir; estar y no estar; querer y no querer, que había caracterizado a la última década con (sin) ella. Se figuraba como el jugador de un juego interminable; aquel que había renunciado a su libertad por enésima vez; persiguiendo el sueño de convertirse en alguien que atraiga a su amada. Se imaginaba de plástico, de caucho, siendo maleable, soportando todo, durante tanto tiempo. Se decía, recordando la letra de la canción: “If I could be who you wanted… all the time (si yo pudiera ser quien tú quisieras…todo el tiempo)”. Ya lo había intentado de todas las formas posibles (o al menos así lo consideraba); ya le había causado dolor siendo indiferente ante las peticiones de ella. Durante mucho tiempo se había refugiado en el anonimato; había desaparecido sólo para causarle dolor y creía que había tenido éxito, aunque no podía negar que esa actitud también le provocaba dolor a él, el dolor de saber que no debía tenerla… pudiendo hacerlo. Otras veces había sido al revés, había estado con ella pero a la vez no se prohibía estar con otras mujeres. Él se decía que estando a la vez con ella y con otras el dolor sería llevadero. No lo hacía para particularmente causarle dolor, sino que lo consideraba una forma de estar prevenido ante el dolor que le causaría una nueva partida de ella; una nueva despedida. ¡Y es que había ocurrido tantas veces! ¡Tantas veces ella se había ido! Es por eso que en este “nuevo intento”, se dijo que sería totalmente sincero con ella y lo había tratado de ser. Había expresado amor las veces que sintió que debía expresarlo, sin contenerse. Había hecho llegar presentes las veces que se le ocurrió que debían llegar, sin contenerse. Se había dado maneras para volver a amarla y creía que lo estaba logrando: se enamoró nuevamente de ella. Él estaba seguro de que ya había dejado de quererla, pero algo en el viento de la noche del 14 de febrero, cuando estaba con otros amigos que celebraban al amor en la ribera del gran río, en un sitio de bebidas de moderación, le ocurrió. Él sintió que algo le impelía a actuar, algo le decía que vaya buscarla, que no se preocupe por el tiempo perdido sino por el que podría perder. Esa sensación tenía algo especial, él había salido sólo por insistencia de uno de sus mejores amigos, quien saldría con la novia pero quería que él lo acompañara, y él, aunque odiaba la faceta de “tercero” en una noche de parejas, accedió a salir sólo por complacer a su amigo. Fue entonces cuando, entre la nostalgia del recuerdo de ella y el poco decoroso sentimiento de ser siempre el tercero acompañando a sus amigos en pareja; decidió que tenía que ir a verla. Y a fines de ese mes lo hizo. Había empezado (o había creído empezar) una nueva etapa de sentimientos. Él tenía claro que era difícil tener una relación con ella, por todo lo que había pasado. Pero se había prometido intentarlo, se había prometido que iba a purgar todo el veneno, que iba a hacer un ejercicio extraordinario de dejar el pasado atrás, de cerrar el libro y empezar una nueva historia, con la misma persona a la que había amado desde hace una década. Y lo estaba haciendo, lo estaba logrando. Estaba dejando atrás esos pensamientos bajo lógicas de comprensión, de perdón, de arrepentimiento… y de construcción. Pero más que todo, sentía fervorosamente que lo que guiaba este caminar, era el incombustible amor que sentía por ella.

Se admiró de que en tan poco tiempo (generalmente tomaba unos 15 minutos el viaje en bus desde el casco central hasta la ciudad donde lo recogería su colega) tantos y tan difusos pensamientos se le vinieran a la mente. Se decía que era increíble lo que ella le generaba más que todo porque él, siendo un súbdito de la razón, no encontraba asidero racional a tamaño sentimiento.

Ahora, lo embargaba nuevamente una tristeza insuperable. Todo había estado bien en la relación durante el último par de meses; pese a pequeños “impasses”, él se sentía respaldado nuevamente, se sentía querido, sentía que sí, que esta vez sí podía ser realidad. Pero… había llegado desafortunadamente al conocimiento de esa fotografía. En la instantánea se la veía relajada, en estado neutral pero con una incipiente alegría, cabello suelto, una blusa de colores sin mangas que él si le había visto usar, ligeramente dispuesta hacia su derecha, y sí, a su derecha estaba un hombre de tez blanca, con una gorra deportiva y camiseta de la misma marca, con un logo fosforescente, que brillaba en la oscuridad, éste tenía una sonrisa algo taimada –o al menos él suponía que se veía así: artero, ladino-, y la abrazaba… y ella tomaba, con su mano izquierda, la mano izquierda de él. A criterio de él, era una fotografía de una pareja más. El lugar en que se había tomado era justo el tipo de lugares que él odiaba por lo que le recordaban, porque estaba presente ese presentimiento cruel de que cada vez que ella fue a un sitio de esos, no le guardó consideración. Era oscuro, como una discoteca, había cervezas por doquier, era el tipo de salida que él sabía – o creía saber- , cómo terminaría. Eso lo descolocaba. Lo destruía. Aún más, creía que el hombre con el que ella posaba en la foto era aquel que la había llamado cuando ellos estaban por salir de viaje hacia la costa, para pasar un día y una noche restantes del último feriado que hubo en el país. Él le había preguntado las razones por las que aquel hombre la llamaba y ella había dicho varias cosas en apariencia tranquilizantes, como que el hombre que la llamaba era un amigo, que habían sido novios, que no le había durado dos meses la relación, que estaba casado y tenía hijos y que ella se llevaba bien con la esposa de aquel. Pero entonces ¿por qué estaban así, como pareja? No era un abrazo común, ella estaba dispuesta a él en la fotografía, la cara de ella decía mucho, se sentía bien con el tipo y él tenía un rostro de satisfacción. Esto había bastado para provocarle una desazón de la que no sabía cómo salir. Se preguntaba “¿Hasta cuándo? ¿Por qué? ¿Por qué me hace esto si me hace entender que esta vez sí vamos a hacerlo?”. Él mismo se daba soluciones: pensaba que ahora, ya no celebraría cumplemes los días 24, contando desde el 24 de junio sino que dejaría atrás eso y empezaría a celebrar cumplemes los 14, por cuanto el 14 de agosto ella había expresado de cierto modo más notorio, que estaba enamorada de él. Es que él ya sabía la fecha de la foto, y le dolía saber que a sólo unos días antes de eso, le había hecho llegar unas flores a su trabajo, y ella dijo que unas lágrimas le rodaron por el rostro. Pero él, que había luchado tanto tiempo con los fantasmas de su doloroso pasado, ya no sentía fortaleza, sentía que nuevamente había sido traicionado, no quería reconocer nada más que lo que pensaba de esa foto, de la llamada y de las cosas que ya sabía sobre la extraña relación entre el tipo de la foto y ella. Estaba aún más dolido porque siempre había tratado de decirle que le diga “no” a los que la pretendieran por respeto a él, pese a que ella le había confesado que ella no podía decir que “no” y esto era otro de los asuntos dolorosos que él a veces, simplemente no podía concebir: “¡Cómo puede ser tan abierta todo tipo de peticiones! ¡Cómo! ¡Cómo!” Siempre rogaba pretendiendo que no suene a ruego sino más bien a conversación que ella deje de ser así, que si lo iban a intentar ella y él, lo ayude, guardando distancia con los que –naturalmente, dado el atractivo de ella- la pretendieran. Ahora, no sin una melancolía que amenazaba con llegar a lágrimas y aún más, a llanto; empezaba a pensar que no era a los otros a quienes tenía que decir que “no”, pero si a él, porque al menos eso se merecía él, que le diga que no, que no lo tenga esperanzado e ilusionado, con una relación en que por parte de ella no había monogamia. Él creía merecer que ella le hubiese respondido de forma negativa. Que le hubiese dicho que no, que no estarían juntos nunca más. Se decía que al menos, con esa respuesta, él hubiese entrado en un periodo de análisis, doloroso pero necesario de razones y circunstancias y al final, hubiera decidido, motivadamente, si la seguía o simplemente la dejaba ir. Pero ella le había dado esperanzas y, pese a que todo parecía esta vez ir bien, él sentía que ella estaba comportándose como siempre, como hacía diez años. Y él, que casi en cada asunto de su vida sabía exactamente qué hacer y qué consecuencias traería, pensando casi siempre en función de jugadas de ajedrez, ahora, como cada vez que tenía que lidiar con ella, no sabía qué hacer, no tenía idea de qué hacer.

Un fuerte sonido de claxon y varios gritos de personas diciendo “¡puerta! ¡La puerta!” lo sacaron de sus devaneos y lo pusieron en pie. Se apresuró a bajar del bus, ya estaba casi en el punto donde solían encontrarse con su compañera de trabajo. Al llegar ésta, lo primero que hizo fue preguntarle si acaso tenía algún tipo de afección ocular que lo hayan obligado a ponerse gafas tan temprano. El respondió que no, que había sido una muy mala sesión de sueño la que lo obligaba a cubrirse los ojos. Minutos después, ante lo raro que se le hacía a la conductora el silencio de su copiloto, puesto que él siempre hablaba bastante sobre multitud de temas, preguntó si él necesitaba un pañuelo, ya que le veía rodar algo sobre la mejilla. Él dijo, torpemente, que no; que parecía que las gafas que usaba eran de mala calidad y que seguramente el viento (posiblemente el mismo viento del 14 de febrero), le había causado unas cuantas lágrimas.