martes, 24 de julio de 2018

El oficinista, reseña cualquiera de la primera novela de Federico de Gregorio


"Creo que ése es el problema que tengo. Por dentro debo ser el peor pervertido que han visto en su vida. A veces pienso en un montón de cosas raras que no me importaría nada hacer si tuviera la oportunidad. (El guardián entre el centeno, J.D. Salinger)"

'El oficinista, crónica de un asesino cualquiera' es la opera prima del periodista bonaerense Federico de Gregorio, donde relata el 'camino' que emprende un tipo normal (si tal cosa existe) en su búsqueda de libertad; luchando contra el agobio que significa vivir aburrido para trabajar en una oficina, con todo lo que ello conlleva, a cambio de un estipendio (¿no les suena parecido a lo que viven?).

Desafortunadamente para sus víctimas, este camino no es, ni el utópico rumbo que tomó Thoreau, ni la decidida lucha emprendida por Neo, el recordado héroe de Matrix. Más bien es un camino que -aunque suene macabro- el propio lector podría tomar. El protagonista de la novela está consciente de que su vida necesita un cambio total y mientras lo planifica, hace catarsis de sí con monólogos como los de Raskólnikov (cómo te apareces por todos lados, Dostoievski) a la vez que observa la cotidianidad como si fuese Tyrion Lannister. La alta dosis de cinismo del protagonista se manifiesta en toda su extensión cuando va revisando, con fruición, las reacciones de los internautas respecto de su segundo crimen, diagnosticando mediante tan sui géneris examen, la infinita estupidez y mediocridad humana. Grandísimas y grandiosas dosis de humor negro, realizadas en una prosa simple pero que cala, que va cargada de sarcasmo, que el lector sentirá que las pudo decir él mismo. Federico de Gregorio se desdobla, de algún modo y se convierte en una suerte de portavoz incómodo, de relator de toda la incorrección política que tenemos dentro, como Dr. House, pero sin el título de Physician y sin los recursos del hospital de Princeton-Plainsboro.

Es memorable la referencia al concierto de Acorazado Potemkin, con 'La mitad', una canción que seguramente a nadie que haya pasado por el incómodo momento del adiós, dejará indiferente; porque en este momento, el lector podría plantearse, disyuntivamente si fue el hastío de la hiper homogénea vida a la que el sistema obliga, la que llevó al protagonista a convertirse en asesino... o si fue el despecho. Incluso, entre devaneos melomaniacos el oficinista se plantea asesinar a su antigua fiancé. ¿Matar por amor? Suena conocido. Axl Rose haría apología de lo que hoy conocemos como femicidio en I Use to Love her (una canción que, de lanzarse hoy, probablemente les daría a los Guns no solo fama de misóginos incorregibles sino que les quitaría el jugoso contrato con su disquera)… acá en El Oficinista; una despedida, un rompimiento, un ingreso a las quinientas interminables noches de Sabina, podrían haber ocasionado una trasmutación total de la personalidad... o tal vez la confluencia de ambos factores: la opresión del sistema y la ida del ser amado. 

Pese a subtitularse como 'un asesino cualquiera', está claro que no es tanto así. igual que el asesino de Süskind, el oficinista está convencido de que persigue un fin superior y sus 'incursiones' son solo pequeños pasos hacia la meta. 

La vida de oficina no volverá a ser vista de la misma forma después de leer esta novela y.... al que escribe esto, desde que la leyó; le da miedo salir a correr por las noches. 



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