lunes, 5 de noviembre de 2018

Otro apunte sobre el adiós

Una de las mejores metáforas sobre el ciertamente triste periodo que tiene lugar cuando el amor se termina, es la célebre "19 días y 500 noches". Por si fuera poco, su autor, el bardo de Úbeda, Joaquín Sabina, suele recitar, a manera de préambulo de la canción, un soneto extraído de su poemario "Ciento volando sobre catorce", en el que, usando gran cantidad de imágenes, expone su pena, diciendo:

"Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole sin dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos..."

Y si bien, como dice Nacho Segurado, "contagiarse del lirismo ajeno es un espejismo"; no es un espejismo el esperar con fervor que sea esa persona -y solo esa persona- la que llame o escriba un mensaje (teléfonos que hablan con los ojos), como tampoco lo es, el tratar de modificar el espacio -mover los muebles, los enseres- , para evitar recordatorios del tiempo en que se fue feliz (encalar la casa) y, tampoco, como signo inequívoco de los tiempos que corren, se puede evitar borrar muchas -al menos aquellas que denotan más felicidad- de las fotos que se hayan guardado en el móvil (condenar a la hoguera los archivos).

Tener que irse siempre conlleva tristeza. Y aunque se quiera - y se deba - ir uno en paz, el punto final -de cualquier historia que se precie- siempre duele.


#GirasolMarchito #Saudade




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