miércoles, 3 de enero de 2018

Marginalia de "Nunca me abandones (Never Let Me Go)", de Kazuo Ishiguro

“Vi un mundo nuevo que se avecinaba velozmente. Más científico, más eficiente. Sí (…) Pero más duro. Más cruel. Y veía a una niña, con los ojos muy cerrados, que apretaba contra su pecho el viejo mundo amable, el suyo, un mundo que ella, en el fondo de su corazón, sabía que no podía durar y lo estrechaba con fuerza y le rogaba que nunca, nunca la abandonara. (…) No te vi realmente a ti, ni lo que estabas haciendo. Pero te vi y se me rompió el corazón. Y jamás lo he olvidado”.

Decidí leer a Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) por la novelería generada a partir de la concesión que la Academia sueca le hizo del Nobel de Literatura. Con las bondades que de su obra señalaban algunos portales y blogs literarios, me di a la tarea de buscarla y escogí –porque a priori resultaba acorde a mi melomanía, el título- “Nunca me abandones (Never let me go)”, en la traducción de Jesús Zulaika.

Lo que primero llama la atención es que la novela fue nominada al premio Arthur C. Clarke en el 2006. Digo que llama la atención porque si bien al abrirse camino en el relato uno caerá en cuenta de que está ambientada en un mundo distópico, es poco probable que el lector medio incluya al relato en la categoría de ciencia ficción (que es la categoría a la que está dedicada el antedicho premio), ya que, de hecho; el autor británico (vivió en Inglaterra desde los seis años de edad y se nacionalizó en 1982) no pierde el tiempo dando nociones científicas que sustenten el mundo en que se desarrolla la novela (que tampoco es un dechado de parafernalia), sino que va directo a los sentimientos, los que muestra con maestría y desbroza con maestría psicológica al mostrar la ingenuidad, rabia e incertidumbre de los personajes, mientras van dejando atrás la inocencia –que es ingenuidad también- de la adolescencia.

La novela trata sobre esencialmente, dos chicas (Ruth y Kath) y un chico (Tommy) de Hailsham House, una escuela (¿o reclusorio provisional?) y su progresivo entendimiento del mundo que los rodea y del destino que les espera (del que no pueden zafarse). Está narrada por Kath, quien ya tiene 31 años al momento de empezar a contar sus memorias y, pese a que hábilmente Ishiguro pone a criterio del lector si creer o no a la story teller por la profusa –díriase barroca- exposición de diálogos, que lleva a la protagonista a reconsideraciones de su punto de vista original, como en ciertos pasajes de Преступле́ние и наказа́y ние (Crimen y Castigo) haría el genio de Dostoievski en el inolvidable personaje de Raskolnikov y, a eventuales advertencias sobre lo que iba a suceder en base a ciertos hechos; como cuando Kathy es encontrada de niña abrazada a una almohada mientras se bamboleaba lentamente al compás de “Never Let Me Go”, la canción de Judy Bridgewater [1] y provoca lágrimas en Madame (una de las “tutoras” de Hailsham) no solo por lo tierno del cuadro sino por lo imposible (ninguno de los alumnos de Hailsham podrá tener lo que llamaríamos “una vida normal”) de que suceda; es probable que se dé el testimonio de ella por válido y honesto. Kathy va a abrir su alma de par en par, como las puertas de las Cottages (lugar al que son destinados los alumnos una vez alcanzan cierta edad) cuando salen los veteranos de paseo.

Pero a todo esto… ¿sobre qué mismo trata la novela? La novela es acerca de la levedad (en el concepto de Milan Kundera), de la finitud de la existencia, de la desesperanza, de la traición a los propios sentimientos, de la imposibilidad de realizar algo que se desea con todas las fuerzas, como en este pasaje de la página 411 en que Tommy se dirige a Kat: “No hago más que pensar en ese río de no sé qué parte, con unas aguas muy rápidas. Y en esas dos personas que están en medio de ellas, tratando de agarrarse mutuamente, aferrándose con todas sus fuerzas el uno al otro, hasta que al final ya no pueden aguantar más. La corriente es demasiado fuerte. Tienen que soltarse, y se separan, y se los lleva el agua. Pienso que eso es lo que pasa con nosotros. Qué pena, Kath, porque nos hemos amado siempre. Pero al final no podemos quedarnos juntos.”. Suscribo totalmente lo que dice el reseñador Trevor, en goodreads[2], “no hay nada fácil en la lectura de esta novela, aunque esté escrita en la más simple de las prosas, tiene una honestidad de sentimientos que te marca el alma”.

 El crítico literario de The Guardian, M. John Harrison[3], opina que la novela trata sobre la “continua pérdida de la esperanza”, agregando que es también sobre el reprimir lo que se sabe y sobre el hecho de que mientras se sabe que se debe mantener la calma, mantener la calma no va a cambiar nada. Porque también, Ishiguro nos hace sentir hasta cierto modo culpables de no haber hecho las cosas “a tiempo”, cuando el sino de la fatalidad (significada por cada vuelta del calendario) se empieza a cernir inexorablemente sobre nosotros. A Kath le parece que Tommy piensa: “Sí, estamos haciendo esto ahora y estoy contento de hacerlo. Pero qué lástima que lo estemos haciendo tan tarde”. Y continúa, páginas después, sumida en sus meditaciones: “lo estábamos haciendo demasiado tarde. Había habido un tiempo para ello, pero lo habíamos dejado pasar…”.Y es que esta novela expone con habilidad el significado de Saudade[4]. Y pinta, con maestría poética, este sentimiento: “Lo dije en voz muy baja, porque no creía que pudiera oír mis palabras aunque se las dijera a voz en grito. Pero tenía la esperanza de que, si nuestras miradas seguían unidas durante unos cuantos segundos, ella sabría leer mi expresión como yo había sabido leer la suya. Luego el momento pasó, y ella volvió a su lejanía. Nunca podré saberlo con certeza, pero creo que me entendió”.

Al culminar la lectura, con la congoja que me produjo el final; recordé que los chicos de Hailsham no se entristecían demasiado cuando perdían algo, porque sabían que cualquier cosa que se perdiese, podía ser encontrada de nuevo en Norfolk, lugar a donde iba a parar todo lo que se extraviase. La pluma de Ishiguro me recordó que he perdido muchas cosas. Y que no conozco la ruta a Norfolk.

Foto del Mar Negro, tomada desde Adler, en las cercanías del parque olímpico de Sochi. 



[1] Judy Bridgewater no existe. La canción que supuestamente oía Kathy está cantada por Jane Monheit, como un remake de la canción de los 60 de Lloyd Price, homónima al título de la novela. https://www.youtube.com/results?search_query=lloyd+price+never+let+me+go+
En todo caso, debe recordarse que Ishiguro es escritor de letras de canciones, estudió piano en su niñez y ha declarado que la música le ha ayudado a superar a veces el síndrome de la página en blanco; así mismo, defendió la entrega del Nobel a Bob Dylan y ha abogado por la “expansión” de las fronteras de la Literatura (¿se imaginan el Nobel para Vince Gilligan por Breaking Bad, para Miyamoto por Super Mario Bros o para Benioff, Weiss y George R.R Martin por ese “producto total” que es GOT?), algo que, aunque tibiamente, parecería que la Academia ha empezado a hacer.
[2] Puede leerse (en inglés), la excelente reseña de Trevor sobre la novela, aquí: https://www.goodreads.com/review/show/9773150

[3] El magnífico artículo (en inglés) de M. John Harrison sobre Nunca me abandones, está aquí:
[4] Según Wikipedia, Saudade es: “es un vocablo de difícil definición incorporado al español empleado en portugués y en gallego, que expresa un sentimiento afectivo primario, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia”.

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