“Vi un mundo nuevo que se
avecinaba velozmente. Más científico, más eficiente. Sí (…) Pero más duro. Más cruel.
Y veía a una niña, con los ojos muy cerrados, que apretaba contra su pecho el
viejo mundo amable, el suyo, un mundo que ella, en el fondo de su corazón,
sabía que no podía durar y lo estrechaba con fuerza y le rogaba que nunca,
nunca la abandonara. (…) No te vi realmente a ti, ni lo que estabas haciendo. Pero
te vi y se me rompió el corazón. Y jamás lo he olvidado”.
Decidí leer a Kazuo Ishiguro
(Nagasaki, 1954) por la novelería generada a partir de la concesión que la
Academia sueca le hizo del Nobel de Literatura. Con las bondades que de su obra
señalaban algunos portales y blogs literarios, me di a la tarea de buscarla y
escogí –porque a priori resultaba
acorde a mi melomanía, el título- “Nunca me abandones (Never let me go)”, en la
traducción de Jesús Zulaika.
Lo que primero llama la atención
es que la novela fue nominada al premio Arthur C. Clarke en el 2006. Digo que
llama la atención porque si bien al abrirse camino en el relato uno caerá en
cuenta de que está ambientada en un mundo distópico, es poco probable que el
lector medio incluya al relato en la categoría de ciencia ficción (que es la
categoría a la que está dedicada el antedicho premio), ya que, de hecho; el
autor británico (vivió en Inglaterra desde los seis años de edad y se
nacionalizó en 1982) no pierde el tiempo dando nociones científicas que
sustenten el mundo en que se desarrolla la novela (que tampoco es un dechado de
parafernalia), sino que va directo a los sentimientos, los que muestra con
maestría y desbroza con maestría psicológica al mostrar la ingenuidad, rabia e
incertidumbre de los personajes, mientras van dejando atrás la inocencia –que es
ingenuidad también- de la adolescencia.
La novela trata sobre
esencialmente, dos chicas (Ruth y Kath) y un chico (Tommy) de Hailsham House,
una escuela (¿o reclusorio provisional?) y su progresivo entendimiento del
mundo que los rodea y del destino que les espera (del que no pueden zafarse). Está
narrada por Kath, quien ya tiene 31 años al momento de empezar a contar sus
memorias y, pese a que hábilmente Ishiguro pone a criterio del lector si creer
o no a la story teller por la profusa
–díriase barroca- exposición de diálogos, que lleva a la protagonista a
reconsideraciones de su punto de vista original, como en ciertos pasajes de Преступле́ние
и наказа́y ние (Crimen y Castigo) haría el genio de Dostoievski en el inolvidable
personaje de Raskolnikov y, a eventuales advertencias sobre lo que iba a
suceder en base a ciertos hechos; como cuando Kathy es encontrada de niña
abrazada a una almohada mientras se bamboleaba lentamente al compás de “Never
Let Me Go”, la canción de Judy Bridgewater [1]
y provoca lágrimas en Madame (una de las “tutoras” de Hailsham) no solo por lo
tierno del cuadro sino por lo imposible (ninguno de los alumnos de Hailsham
podrá tener lo que llamaríamos “una vida normal”) de que suceda; es probable
que se dé el testimonio de ella por válido y honesto. Kathy va a abrir su alma
de par en par, como las puertas de las Cottages (lugar al que son destinados
los alumnos una vez alcanzan cierta edad) cuando salen los veteranos de paseo.
Pero a todo esto… ¿sobre qué
mismo trata la novela? La novela es acerca de la levedad (en el concepto de
Milan Kundera), de la finitud de la existencia, de la desesperanza, de la
traición a los propios sentimientos, de la imposibilidad de realizar algo que
se desea con todas las fuerzas, como en este pasaje de la página 411 en que
Tommy se dirige a Kat: “No hago más que pensar en ese río de no sé qué
parte, con unas aguas muy rápidas. Y en esas dos personas que están en medio
de ellas, tratando de agarrarse mutuamente, aferrándose con todas sus fuerzas
el uno al otro, hasta que al final ya no pueden aguantar más. La corriente es
demasiado fuerte. Tienen que soltarse, y se separan, y se los lleva el agua.
Pienso que eso es lo que pasa con nosotros. Qué pena, Kath, porque nos hemos
amado siempre. Pero al final no podemos quedarnos juntos.”. Suscribo totalmente
lo que dice el reseñador Trevor, en goodreads[2],
“no hay nada fácil en la lectura de esta novela, aunque esté escrita en la más
simple de las prosas, tiene una honestidad de sentimientos que te marca el
alma”.
El crítico literario de The Guardian, M. John
Harrison[3],
opina que la novela trata sobre la “continua pérdida de la esperanza”,
agregando que es también sobre el reprimir lo que se sabe y sobre el hecho de
que mientras se sabe que se debe mantener la calma, mantener la calma no va a
cambiar nada. Porque también, Ishiguro nos hace sentir hasta cierto modo
culpables de no haber hecho las cosas “a tiempo”, cuando el sino de la
fatalidad (significada por cada vuelta del calendario) se empieza a cernir
inexorablemente sobre nosotros. A Kath le parece que Tommy piensa: “Sí, estamos
haciendo esto ahora y estoy contento de hacerlo. Pero qué lástima que lo
estemos haciendo tan tarde”. Y continúa, páginas después, sumida en sus
meditaciones: “lo estábamos haciendo demasiado tarde. Había habido un tiempo
para ello, pero lo habíamos dejado pasar…”.Y es que esta novela expone con
habilidad el significado de Saudade[4]. Y
pinta, con maestría poética, este sentimiento: “Lo dije en voz muy baja, porque
no creía que pudiera oír mis palabras aunque se las dijera a voz en grito. Pero
tenía la esperanza de que, si nuestras miradas seguían unidas durante unos
cuantos segundos, ella sabría leer mi expresión como yo había sabido leer la
suya. Luego el momento pasó, y ella volvió a su lejanía. Nunca podré saberlo
con certeza, pero creo que me entendió”.
Al culminar la lectura, con la congoja que me produjo el final; recordé que los chicos de Hailsham no se entristecían demasiado cuando perdían algo, porque sabían que cualquier cosa que se perdiese, podía ser encontrada de nuevo en Norfolk, lugar a donde iba a parar todo lo que se extraviase. La pluma
de Ishiguro me recordó que he perdido muchas cosas. Y que no conozco la ruta a Norfolk.
Foto del Mar Negro, tomada desde Adler, en las cercanías del parque olímpico de Sochi. |
[1] Judy
Bridgewater no existe. La canción que supuestamente oía Kathy está cantada por
Jane Monheit, como un remake de la canción de los 60 de Lloyd Price, homónima
al título de la novela. https://www.youtube.com/results?search_query=lloyd+price+never+let+me+go+
En todo caso, debe recordarse que Ishiguro es escritor
de letras de canciones, estudió piano en su niñez y ha declarado que la música
le ha ayudado a superar a veces el síndrome de la página en blanco; así mismo,
defendió la entrega del Nobel a Bob Dylan y ha abogado por la “expansión” de
las fronteras de la Literatura (¿se imaginan el Nobel para Vince Gilligan por
Breaking Bad, para Miyamoto por Super Mario Bros o para Benioff, Weiss y George
R.R Martin por ese “producto total” que es GOT?), algo que, aunque tibiamente,
parecería que la Academia ha empezado a hacer.
[2] Puede
leerse (en inglés), la excelente reseña de Trevor sobre la novela, aquí: https://www.goodreads.com/review/show/9773150
[3] El
magnífico artículo (en inglés) de M. John Harrison sobre Nunca me abandones,
está aquí:
[4] Según Wikipedia,
Saudade es: “es un vocablo de difícil definición incorporado al español
empleado en portugués y en gallego, que expresa un sentimiento afectivo
primario, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o
espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia”.
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